LOS ENCUENTROS
Una manera de caminar







Todos los cuerpos son bastante particulares a la hora de caminar. Hay algunos que apoyan más el talón o ladean ligeramente los pies al dar el paso, los puños abiertos o cerrados, los movimientos de los brazos sutiles o violentos, la espalda altiva, recta, curva o arqueada, hombros relajados o tensos, abdomen suelto o recogido.

La mirada puede ser atenta, amenazadora, inquieta, arrogante, miedosa, esquiva, intrusiva, desinteresada, ausente. Hacia donde se dirige esta mirada determina muchas relaciones con el entorno, si es hacia el horizonte ignorando a los demás transeúntes puede que nos perdamos algún encuentro, si en cambio esta mirada busca interpelar al otro en algún momento tendremos una respuesta, si lo que buscamos al caminar son objetos seguramente hallaremos uno que otro en nuestro deambular.

La disposición de mi cuerpo al caminar tiende a ser en un plano bajo, la espalda un poco contrahecha, la cabeza en una diagonal que da al piso, voy en busca de pequeños encuentros, tesoros y basura. Es así que me he topado con pequeñas fotografías de documento, en lugares como charcos, avenidas, tiendas, andenes.
Reliquias ajenas

¿Qué piensa la gente que compra cosas antiguas? ¿A qué obedece ese deseo de obtener objetos que ya han pasado por otros dueños? ¿Qué convierte a un objeto en algo trascendental a pesar de su deterioro? ¿Cuándo un objeto es coleccionable o simplemente es basura? ¿Los objetos conservan la energía de sus antiguos portadores? ¿Qué es lo que hace tan atractivo los mercados de pulgas y tiendas de antigüedades?

Con los años me he venido convirtiendo en una partidaria de traer cosas usadas a mi casa, mi closet ha venido cambiando e irónicamente lo que más ha perdurado es la ropa usada que he comprado en mercadillos, la ropa de tiendas ha tenido una vida más corta, en la cocina aun quedan unos platos de una vajilla azul que compré en una tienda de antigüedades. En una mesa de centro se encuentran un elefante y una foca blanca. Mi biblioteca tiene revistas y libros usados comprados en la calle. Y en una caja y algunas en diarios se encuentran fotografías y postales que también he venido comprando en esos lugares.

¿A quién se le ocurrió vender fotografías, postales y cartas?

Las fotografías de aquellos lugares tienen un recorrido y son objetos laminares que por una u otra razón terminan siendo objetos capitalizables, aquello que en algún momento hizo parte de los afectos de alguna persona, se despersonaliza y queda expuesto a la mirada de los curiosos.

Estas fotografías también son vestigios del ritual que suponía llenar un álbum familiar y la importancia de la fotografía análoga, que irremediablemente ha venido a quedar relegada cada vez más por la fotografía digital, las nuevas tecnologías y las redes sociales. Anónimas y desprovistas de sus dueños terminan siendo testimonios inciertos de una época, una clase, maneras de hacer y vestir.

Cada una de estas imágenes parecen artilugios mágicos que quisieran transportarte a eso lugares de donde pertenecen, a un mundo monocromo o a color, lleno de manchas, arrugas, rayones, hongos y de personajes cautivos en una escena y una pose.
Indicadores de intimidad

Conocer como se gastan las suelas de los zapatos del otro.
Distinguir una manera de caminar en la calle.
Saber cuándo el otro está lidiando con un dolor en su cuerpo.
Distinguir la sinceridad de la palabra a través de la mirada.
Conocer la risa genuina de alguien.
(...)
El atractivo de lo que se derrumba
Somos espectadores del cambio constante de nuestro entorno, a la vez que sufrimos una mutación propia. Es un hecho que cada ser humano tiene mecanismos para hacer este devenir algo sobrellevable y no enloquecer.

Quisiéramos pensar que el tiempo va en pos de un florecimiento de nuestra vida, pero muchas veces nos enfrentamos con la perdida de nuestros lugares y el extrañamiento con aquellos con los que fuimos cercanos.

Pareciese que en cuanto se construye algo, esto está condenado a su irremediable devastación, que parece extenderse en el tiempo lentamente. Aquello que brilla solo puede hacerlo por un instante muy corto y luego presenciamos su eclipse que se extiende en las formas que adquiere su deterioro.

Las huellas que deja ese marchitarse nos hace sensibles al paso del tiempo, activan la memoria y hacen que podamos reflexionar sobre nuestro transitar en la vida.